martes, 13 de septiembre de 2011

La concha de nácar


La concha de nácar es mi primera novela. Os muestro el prólogo, y con el tiempo, si ninguna editorial está interesada, iré añadiendo el resto de capítulos.


PRÓLOGO

Francia 1790. Villa de Le Mans.

Ann aspiró con deleite el aire estival de la mañana y con una sincera e ilusionada sonrisa dibujando su juvenil rostro, se adentró al galope hacia el interior del oscuro y refrescante bosque, donde estaría a salvo de miradas entrometidas.

Como cada madrugada, se había levantado ansiosa para pasear con Luz, que no solo era su montura habitual sino también el mejor amigo que podía tener y leal guardián de sus más íntimos secretos.

Contaba tan solo doce años y seguía teniendo el aspecto de una niña de nueve. Su rostro infantil se enmarcaba en una centelleante melena del color de la avena recién cosechada, ahora recogida en dos largas y espesas trenzas. Era pequeña, bajita y muy delgada. De frágil y delicada apariencia, pero su fuerza de voluntad y gran determinación daban a su gris e insólita mirada un extraño e inquietante brillo de incipiente sabiduría.

Cuando finalmente llegó a su lugar secreto, pudo divisar con entusiasmo sus queridísimas piedras. Desmontó de un salto del caballo blanco y después de exhalar el aliento suavemente sobre sus ollares para expresarle así su gratitud, corrió descalza por el prado hasta alzarse orgullosa con un ágil salto sobre uno de los enormes monolitos.

Había escapado a hurtadillas de sus aposentos situados en el ala oeste del antiguo castillo familiar, que se encontraba a las afueras de la mítica, “Vindinum”, actual Villa de Lemans y sede de la antigua nación gala de los Cenómanos. Orgulloso pueblo aliado del Gran Vercingetórix, un valiente y guerrero druida que luchó en la antigüedad contra la insaciable rapacidad de los romanos.

El aparente motivo de sus inocentes escapadas era encontrarse con alguna evidencia que le devolviera parte de sus raíces celtas, pero solo había hallado ruinas garabateadas con extraños símbolos que ella desconocía por completo.

“El Lugar Sagrado de los Monolitos”. Lo había bautizado. Y allí acudía casi a diario para poder escuchar en silencio los mágicos sonidos que le obsequiaba la Madre Naturaleza y poder desentrañar así los secretos de las antiguas piedras, único legado de sus gloriosos antepasados. En realidad eso eran tan solo las fantasías de una jovencita soñadora, pero también una excelente excusa para disfrutar de un poco de intimidad en su particular refugio infantil.

Toda aquella obsesión por el misterio de la vida y los albores de la humanidad eran consecuencia de la gran colección de libros, manuscritos y antiguos códices, que su padre, Jean Louis Philippe Duval, Barón de Lemans y Señor de la comarca, conservaba celosamente ocultos en los antiguos calabozos del castillo, ahora transformados en biblioteca clandestina. Allí era donde Ann, desde que tenía uso de razón, había devorado de forma apasionada todos aquellos libros mientras su querido padre transcribía y ordenaba otros tantos. Sus historias favoritas eran las de los antiguos Galos. Cuentos y leyendas que a ella le habían fascinado hasta el punto de considerarse a sí misma y de forma fantasiosa, la “Guardiana del Bosque” La que es capaz de hablar mentalmente con los animales y escuchar el suave murmullo de las hojas de los árboles. Logrando comunicarse así con la Madre Tierra, Gran Maestra del Druida y su mayor fuente de conocimiento.

De repente soltó una tímida carcajada y se puso colorada. Estaba soñando despierta. Así era como a ella le gustaría ser. En secreto, por supuesto, ya que si hubiera comentado algo parecido a su estricta institutriz o a las pocas amigas con las que contaba, poco habría tardado la Inquisición en acusarla de “Hereje” y quemarla en la hoguera. Todas aquellas ideas eran tan solo una ilusión. Los celtas habían desaparecido de la faz de la tierra hacía ya más de mil años. El Imperio Romano se había encargado con mucho ahínco de borrar sus huellas y contar la historia a su manera, hasta que finalmente los valientes guardianes de los bosques, príncipes del viento y cómplices del suave murmullo de los arroyos, habían desaparecido irremediablemente de la faz de la tierra, o habían sido absorbidos por otros pueblos y culturas perdiéndose así su sabiduría en el abismo del tiempo.

Ann se sentó grácilmente sobre la gran piedra oval, justo en medio de la cual había grabada una triple espiral, envuelta en una perfecta circunferencia. Con su dedo empezó a surcar el trazo siguiendo su contorno. No tenía principio ni fin. Era infinito. Vueltas, vueltas y más vueltas, que regresaban al mismo lugar. ¿Qué significaría? ¿Podrían ser los tres elementos, aire, agua y tierra? Pero faltaba uno ¿Verdad?… El fuego… Ann Frunció el ceño algo contrariada. Entonces, pensó, tendría que significar otra cosa. Ojalá esos antiguos pueblos hubieran dejado su historia escrita. A ella le habría encantado poder leerla, o mejor ¡Vivirla! Lo único que conocía eran las crónicas romanas e intuía que la historia narrada por los vencedores siempre resultaba algo distorsionada...

Siguió dándole vueltas a la idea hasta que recordó uno de los motivos por los que se sentaba allí todas las mañanas que lograba escaparse. Su gran anhelo de encontrarse con un lobo. Uno grande y gris, con la mirada ambarina. Un lobo con el que llevaba soñando desde que tenía uso de razón. Sus ilusiones se habían reforzado al leer en un antiguo libro de su padre, que el Gran Lobo Celta se aparecía siempre en los lugares sagrados, y éste, por descontado debía de ser uno de esos lugares, ya que había diversos dólmenes desperdigados por el bosque y una bellísima espiral grabada sobre uno de ellos…

Pero Ann esperaba y esperaba y el lobo jamás aparecía. Y al final, como sucedía cada mañana, acababa por perder la paciencia.

Se levantó y empezó a curiosear por el lugar. Era verano y el suelo del bosque estaba salpicado de diminutas margaritas blancas y azules. Decidió de forma infantil que si tal vez, recogiera algunas flores y las depositara sobre la espiral en señal de ofrenda, tal vez…

De repente escuchó de la voz de su hermano Jean. Se tensó. Siempre era él el encargado en ir a buscarla cada vez que se escapaba y eso desquiciaba a Jean, pero enseguida se dio cuenta de que sus gritos eran desgarrados y repletos de preocupación. No de enfado.

Ann dio un respingo y palideció. Algo había ocurrido. Algo muy grave. Por muy enfadado que estuviera su hermano con ella por haberse escapado, sus gritos eran desesperados y eso no era algo normal en él.

Bajó de un salto de aquella piedra y corrió por el pequeño claro hasta llegar junto a Luz, donde de un brinco logró colocarse sobre la grupa de su fiel amigo, que no llevaba silla de montar y tras instarle con una suave presión en los flancos, se dirigió al galope tendido dirección al castillo del Barón.

Enseguida se topó con su hermano Jean que venía de allí. Estaba galopando sobre Said, su árabe alazán y parecía muy asustado.

- ¡Ann! – Gritó desde la distancia - ¡Gracias a Dios que estás bien! – Gritaba desesperado mientras se acercaba a ella al galope tendido.

Enseguida frenó su caballo y la encaró. Su rostro estaba ennegrecido y había llorado, ya que bajo los párpados había surcos que dejaban ver su blanquecino y suave rostro de adolescente de entre la negrura del hollín. Tenía enrojecidos los ojos que le daban un aspecto todavía mas desamparado. Tan solo contaba con dieciséis años.

- ¿Qué ha sucedido? -Preguntó Ann con la voz temblorosa a la vez que empezaba a sentir un mal presagio.

- Ann, sígueme, ¡Tenemos que huir! ¡Han atacado el castillo! Madre, el abuelo y algunos criados fieles nos esperan en el puente. Querían partir sin ti Ann, pero yo no te dejaría sola por nada del mundo. ¡Hemos escapado por poco!

Jean se dio la vuelta y empezó a galopar a sabiendas de que su hermanita le seguiría sin problemas. Ella era una gran amazona. El joven y asustado adolescente, en este momento, y por primera vez en su vida, se alegró del achicado comportamiento de su pequeña Ann, y también de que se hubiera escapado del hogar a tiempo de la cruel matanza que habían iniciado los campesinos a causa de las malas cosechas de aquel año, alentados por la revuelta política de París.

Pocos nobles habían sobrevivido a la ira de los exaltados revolucionarios. Su padre acababa de morir defendiendo su patrimonio, desoyendo los consejos de sus vecinos por no haber huido antes.

Ahora él debía encargarse de la seguridad de su familia. Debían llegar a Inglaterra lo antes posible. Rezó para que la hermana de su padre, Georgiana de Lemans, y Condesa de McArthur les acogiera. Se decía de ella que era una mujer de mucho carácter, pero también piadosa con los desafortunados.

3 comentarios:

  1. GENIAL¡¡quiero saber mas de la "guardiana del bosque"me intriga saber si encontrará al, gran lobo celta,,y mas fantastico el que pueda comunicarse con el.. ¡¡quiero seguir leyendo!!

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  2. Porque no lo publicas en http://www.bubok.es/ para poder comprarlo.

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  3. ¡Haw Nube Seca! Pero te confundiste... supongo que querrías decir "Pluma Seca" :))
    Estudiaré tu consejo.
    Un fuerte abrazo.

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